lunes, enero 14

Te haces daño, mamá

Las cosas de Dav a las 9:49:00

- Mamá, ¿qué haces? -preguntó la niña.
- ¿Cómo que qué hago?
- Estás haciéndote sangre en el dedo, mamá.
La madre, desde la encimera de la cocina, la miraba con los ojos enrojecidos. ¿Por qué tenía que ser tan repelente? ¿Qué más le daba a ella?
Clavó la mirada en su hija desde su posición más alta, como adulta que era, y le habló en un tono seco, despectivo:
- Vete a jugar.

Ella, sin embargo, se mantuvo:
- Pero te haces daño, ¿no?
- Sí, me hago daño -observó la sangre resbalando por la yema de su dedo y goteando sobre la encimera. Era oscura, pesada, y la fuerza de la gravedad ejercía sobre ella una presión que desembocaba en un goteo constante sobre el suelo.
- ¿Y por qué lo haces si te haces daño?
La mujer se estaba poniendo nerviosa. No podía cumplir su objetivo si ella estaba mirando. Miró a su hija con asco, como a un insecto que incordia cuando intentas dormir.
La niña, consciente del desprecio de su madre, se agarró, asustada, las manos a la altura del pecho, y se introdujo la punta del dedo índice en la boca, como siempre que tenía miedo de algo. No quería que mamá se enfadase, pero tampoco quería que sangrara. ¿Por qué lo hacía, si era algo doloroso?
Bruscamente, la mujer, de pelo ondulado y oscuro tapándole parte de la cara, dejó el cuchillo de cocina sobre la encimera y miró con odio a su hija. Murmuró despacio:
- Estoy harta de ti.

En un ojo se podía divisar una hinchazón gris y un profundo arañazo que le cubrían la mayor parte de la cara. La niña guardó silencio; su mamá estaba enfadada.
Los ojos de aquella mujer brillaban. Su piel se había enrojecido de nervios y se podían divisar, tras las comisuras de los labios, unos dientes blancos, apretados, que ponían en tensión a todo su rostro.
- Estoy harta de ti - repitió - y de todas tus tonterías.
La niña dio entonces un paso atrás, viendo que su madre no estaba enfadada, sino furiosa, y se sintió amenazada. Quería mucho a su mamá, pero si se enfadaba le daba miedo. Y nunca había visto sus ojos brillar de esa manera. Una vez ella se había caído y se había rasgado en el codo, y los ojos se le habían puesto así, y luego había llorado. Pero su madre no parecía que fuera a llorar. Se llora cuando te haces daño, no cuando te enfadas.
- ...y estoy harta de esta maldita casa... – pausa - ¡Y DE TU PADRE! – gritó. Su voz se escuchó por todas las habitaciones del hogar, vacías y en silencio, como un eco entre las montañas de los rincones más recónditos del planeta.
Al escuchar eso, la niña se encogió, con las manos aún en el pecho. Ahora era ella la que quería llorar. Y sin tener ninguna herida, sin tener sangre ni haberse caído en el patio. Sentía miedo.
Guardó silencio, con los ojos cerrados y la cabeza gacha, y escuchó a su madre coger de nuevo el cuchillo, grande, afilado.
Sin abrir los ojos, dio un gritito al notar que su madre se movía con el cuchillo en la mano. Le iba a hacer sangre. Estaba tan enfadada con ella que le iba a hacer sangre para que llorara. No sabía lo que había hecho, pero seguro que había hecho algo malo y ahora le iba a castigar.

Y a ese estado de nervios siguieron unos eternos instantes de silencio, en los que la niña espero que sucediese algo.

De repente, reconoció el sonido de la hoja introduciéndose en la carne, como cuando su mamá partía el conejo para hacer de comer. Inmediatamente después un pequeño halo de voz quiso escapar, sin éxito, de la boca de su madre, y tras esto, el sonido de una persona que cae al suelo.
La niña se quedó quieta, encogida aún y con ganas de llorar, sin atreverse a abrir los ojos. Había pasado algo malo con el cuchillo. Finalmente lo hizo y divisó, a unos centímetros de ella, las piernas de su madre, una poco más atrás y sobre la otra, como quien duerme sobre una cama en posición fetal manteniéndolas un poco separadas. Elevó la cabeza, ya sin el dedo en la boca y con las manos apretadas a la altura del pecho, y siguió viendo el cuerpo de la mujer; sus caderas, que giraban el tronco hasta posicionarlo boca arriba, y el jersey rosa salpicado de gotitas rojas. Y siguió la mirada de la niña su camino hasta la cabeza donde pudo observar, horrorizada, el cuchillo de cocina introducido entero por el cuello de su madre, en vertical, atravesando la cabeza en su camino hacia el cráneo, por donde habría salido si su longitud hubiese sido la adecuada. Tenía los ojos abiertos, con las pupilas dilatadas y rojos de haber estado llorando. La sangre brotaba del cuello y estaba formando un charco sobre su pecho y el suelo a su alrededor. Los brazos, muertos extendidos, se empapaban. Igual que su espalda, igual que en seguida lo haría el resto de su tronco.
La niña, con los ojos más abiertos que había tenido nunca, murmuró, temblándole la voz:
- Mamá...
Notó como su cuerpo comenzaba a perder fuerzas y todo se volvía blanco por momentos. ¿Qué pasaba? ¿Ella se había portado mal? ¿Se había hecho eso mamá porque había sido mala?
La niña no conocía lo que era la muerte, más como una forma de librarse de los malos en las series de dibujos de las mañanas, pero sabía que su madre ya no le iba a contestar. Su cuerpo ya no era igual que antes.
Y el terror se adueñó de ella.
Sentía su propia respiración en el silencio del hogar, pero no la de su madre, que ya no respiraba. Notaba como su visión iba desapareciendo. Estaba sola, y no sabía lo que había pasado. Si papá estuviera aquí seguro que le pegaría por haberle hecho eso a mamá, igual que le hacía a ella con el cinturón en las noches en que no sonaban los muelles de la cama y la respiración entrecortada de los dos. Ella siempre lo escuchaba todo desde su habitación, al lado del dormitorio principal. Igual que cuando la tiraba sobre la mesa del salón y le mordía en la carne y le hacía moretones en la cara y en otros sitios con los puños.

Y así, mientras todo se volvía blanco, sintió que las fuerzas le fallaban y la imagen de su madre muerta desapareció, para volverse todo oscuridad.
Y perdió la consciencia, la niña se desmayó, y la casa quedó en silencio y ya no se escuchó ninguna respiración más.




*****

Weno, weno. Como podéis observar, tengo nuevo diseño de blog. Sí! Y todas las imágenes hechas a mano. Estoy muy satisfecha, me gusta mucho como se me ha quedado (y he recordado un montonazo de cómo diseñar web y de códigos javascript).
Y para estrenarlo, un relato escrito en una hora de abstracción. En realidad, escrito exactamente ahora mismo; por lo tanto, si tiene muchos fallos y está feo pues pensad que ha sido fruto de la improvisación y que no está preparado ni revisado ni nada de nada.
Ya está, ya he estrenado mi blog nuevo, por fin, y he traspasado todas las entradas que tenía en el viejo sólo para no perderlas, pero no he podido guardar los comentarios. ¡Lo siento mucho! T_T
Así que os doy la bienvenida a mi nuevo mundo de cosas sin sentido y os invito a que os quedéis, porque me quedaré esto de forma permanente y espero escribir todas las semanas.

Saludos, pilladísimos!!

PD. El título del relato no es más original porque no me sale X,x ¡estoy muerta de frío!

4 pilladísimos han opinado sobre esta chorrada.:

Anónimo dijo...

Felizidades por tu nuevo flog
omg ya abia escrito mucho pero por alguna extraña razon no mando el comentario y ya e da webis escribir denievo pero nice nice pekeña saludos Cya besos =0

Anónimo dijo...

Oye no me habia percatado de este relato, guay, pero.........los mios son mas cortos.

Dav dijo...

ya bueno, es que este es Made in Cant :p

Dav dijo...

por si te interesa saberlo, lo escribi en las dos horas anteriores de hablar contigo por primera vez, en un lunes por la mañana que, como otros, me había quedado estudiando (o algo asi). acababa de terminarlo cuando me conecte al messenger y te trataba de "usted"!! xD