sábado, enero 23

Historia de un subrayador [PARTE I]. (Basado en hechos reales)

Las cosas de Dav a las 17:47:00

Amanecía un día soleado en el mes de enero. Tantas mañanas, tardes y noches encerrada en su habitación estudiando la estaban empezando a sobresaturar. Se había leído un libro casi por completo, de más de 800 páginas sólo para descansar, le había cogido el portátil a su compañera de piso tantas veces que ya se sabía de memoria todos los recovecos de su recién instalado Linux, había gastado prácticamente toda su colección privada de dulces reservada para los exámenes y estaba demasiado cansada como para dibujar. ¿Qué hacer entonces? Por Dios, baja a la universidad, por Dios, se decía a sí misma.
Y aquella mañana el sol acompañaba. Era hora de salir del agujero y volver a recibir la luz del día.
Y lo hizo.

Tras darse una ducha al amanecer, ponerse la ropa que hacía muchos días que no sacaba del armario (el pijama es un buen amigo cuando estás eJustificar a ambos ladosn casa, solía decir ella) y secarse su endiabladamente larga cabellera cogió sus utensilios de estudio y se dispuso a bajar. ¡Cuán sería su sorpresa cuando se percatase de la falta que llevaba en su mochila! Todavía no lo sabemos.

El camino hasta la universidad era largo y penoso. No recordaba que su mochila pesase hasta tales niveles de dolor para su espalda en los ahora lejanos tiempos de asistir a clases, no recordaba, en absoluto, que su espalda tuviese dificultades para soportar ese peso a lo largo del camino. Así que para no verse innecesariamente forzada a llevar peso indeseado decidió atajar. Las irregulares elevaciones y descensos de terreno semimontañoso por el que se veía obligada a pasar para acortar camino solían dañarle sus pequeños pies cuando el frío y el calzado mal elegido se unían en una tormentosa combinación que impedía un caminar parecido al menos al de una persona normal. Pero hoy era un día soleado. Podía permitirse tal camino si con ello conseguía volver a hablar con una persona física y estudiar en un sitio distinto al antro infernal de papeles en que se había convertido su amado dormitorio. Y como podía, lo hizo.

Cuando llegó abajo, ya en el interior del campus universitario en el que pasaba gran parte de su vida desde no hacía mucho, Cantnoy se dirgió con desánimo a la biblioteca. Cómo puedo haberme puesto ropa de invierno hoy, se decía, con el calor que hace. ¡Claro! Tantos días sin ver la luz del sol le habían hecho perder la noción del clima. Vaya... bueno, no pasa nada, puede que la mochila me pese un poco más de la cuenta y que pase algo de calor, pero al menos me voy a despejar estudiando en un sitio distinto de mi habitación. ¡Seguro que veo algunos amigos hoy por aquí!


Pobre ilusa. Su optimista visión de futuro no podía ser más bonita para el tipo de día en que se encontraba, pero por desgracia las cosas no iban a salir como ella tenía plenadas.
Cuando entró a la biblioteca, la temperatura era por lo menos 5 grados más alta. ¿Qué? ¿Cómo puede ser? ¿Es que no saben que estamos en invierno? Las personas se arremolinaban en sus apuntes en manga corta.
Así pues, se dirigió al sitio más oscuro de la sala de estudio y se sentó allí, donde menos daba la luz, y bien lejos de la salida del aire acondicionado. Donde la temperatura no pudiera molestarla. Y se dispuso a estudiar. Era increíble que no hubiera aparecido nadie de sus conocidos por allí. Siempre había alguien a quien saludar estudiando en la biblioteca enorme de la facultad, pero bueno, no siempre puede salir el plan como esperamos, así que no pasa nada.
Tras ponerse su pesada mochila sobre las piernas y abrirla, comprobó con una mueca de desagrado lo que contenía su interior. Esto... no puede ser. ¡¡Había metido los apuntes de dos asignaturas!! Ahora tiene sentido el maldito dolor de hombros que llevo encima desde que he salido de casa. ¿Pero a quién se le ocurre? Dios, hay que ser despistada. Y sacó sólo los que necesitaba. En el fajo de papeles que puso sobre la mesa se leía "Psicología del desarrollo: niñez" y junto al fajo lo papeles fue apareciendo otro fajo de papeles en blanco, el lápiz, la goma, los bolígrafos de tres colores, el sub... ¿el subrayador? ¿Dónde está el subrayador? No, no, no. Aquí algo va mal. El subrayador siempre iba con ella. El subrayador era su amigo fiel. Para una compradora compulsiva de material de escritura y papelería como era ella, los útiles debían de estar en su escritorio de todos los colores disponibles, los subrayadores tenían que haberse probados en todos los colores que existían en el mercado y los cambios cuando un subrayador se gastaba habían de hacerse con otro del mismo color, para que la gama de colores elegida para los apuntes de esa asignatura no cambiase, y siempre se mantuviera la homogeneidad de tonos en los papeles que la acompañaban. ¿Dónde voy a ir yo sin mi apreciado subrayador? Tengo que encontrarlo YA. Y sacó todo lo que llevaba en la mochila, la vació por completo, pero el subrayador... no estaba. ¿¿POR TODOS LOS DIABLOS, A DONDE VA A IR CANTNOY SIN SU SUBRAYADOR DEL ESTUDIO?? ¿¿¿¿QUE VA A ESTUDIAR, QUÉ????? Gritaba mentalmente mientras sus puños se cerraban con el odio que puede sentir un padre al notar que un desgraciado se propasa con su hija de 5 años. ¡¡DIOSMIO!! ¡¡¡¡SUICIDIO, MUERTE, LUZ, FUEGO, DESTRUCCIÓN!!!!

¿Y ahora qué voy a hacer? Se decía a sí misma. ¿Subir a casa a por el subrayador? ¿Después de casi media hora que tardo en venir voy a subir otra vez a casa a por el maldito subrayador del demonio? Pues no, claro que Cantnoy no iba a subir. No, no le compensaba. Pero sí que podría hacer algo. Sí... en el aulario donde daba clase había una pequeña estancia conocida "la fotocopiadora" donde un simpático matrimonio vendía a los alumnos los apuntes necesarios para su carrera. Ahí había visto alguna vez bolígrafos, sacapuntas, pilots, lápices y ¡hasta subrayadores!. Así pues, la suerte todavía no estaba hechada. Podía recuperarlo comprándose uno nuevo. Así, además, ¡tendré un subrayador más para mi colección de subrayadores de colores! Y cuando se gaste... ¡seguiré teniendo el otro! Y ni corta ni perezosa, alzó su cuerpo del asiento y se dispuso a ir al edificio de al lado.

El aulario era un sitio cuanto menos tenebroso. Este aulario, donde daban clase los alumnos de psicología, logopedia, informática y enfermería se componía de un pasillo de paredes gris oscuro con pequeñas puertas también grises translúcidas por las que se podía acceder a las clases. De este pasillo salían por uno de los laterales el resto de pasillos, todos pararelos, que conducían a las aulas donde los alumnos ejercían su derecho a la enseñanza en frías estancias grandes como la pequeña iglesia de un pueblo de 5000 habitantes. Al otro lado del pasillo, para un poco de esperanza en el alma de los que allí penetraban, se veía "la luz". La luz era un conjunto de ventanales aparentemente interminables que recorrían el pasillo desde el principio hasta el final del edificio, y que Cantnoy llevaba sospechando desde que comenzó la carrera, dos años ha, que algún día serían abiertas para atravesar el edificio sin tener que darle toda la vuelta. A aquellas puertas que parecían imaginarias les había estado dando patadas en sus ratos libres mientras esperaba a que llegase el profesor de turno, pero por supuesto, el dinero de su matrícula había sido bien invertido en la calidad de la construcción de ese edificio. Es por esta razón por la que ninguno de nosotros podremos imaginar jamás la enorme felicidad que sintió cuando se percató de que, por primera vez, las puertas habían sido abiertas y podía entrar por en medio del pasillo interminable sin tener que rodear el edificio, y sumida en la más inmensa de las alegrías, lo hizo. Atravesó la puerta, y entró al pasillo interminable. Fue un momento que nosotros sólo podemos describir como mágico. Algo que pensaba que tardaría años en experimentar. Pero lo había conseguido. Tal vez, bajar allí en aquel día hubiera merecido la pena. Esto era algo que no podría olvidar.
Y, esperanzada ahora de lograr sus objetivos, se dispuso a alcanzar la fotocopiadora, y a conseguir su nuevo subrayador.

No pararía hasta tenerlo en sus manos.


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Esta historia, que se sobreviene en dos entregas, es un día real en la vida de una pilladísima real. Por lo tanto y dado que está basado en hechos reales he de decir que todos los pensamientos aquí expresadoS por la protagonista de esta historia son también reales, y es más, literalmente reales.
Dicho esto, muy pronto tendréis el desenlace de esta apasionante novela que os absorverá y no os dejará dormir.
¿Encontrará Cantnoy la fotocopiadora? ¿Con qué experiencias se topará por el camino? ¿Conseguirá un subrayador? ¿Y de qué color lo querrá? ¿Qué sucederá con el simpático matrimonio que pobla la fotocopiadora? Todo esto y mucho más en: Historia de un subrayador, dor, dor, dor......

... pilladísimos!

PD. Dos años ha. No me digais que no queda culto.