martes, junio 17

La Nada (III)

Las cosas de Dav a las 18:24:00

Me adelanté un poco más y escuché su aleteo más lejano. Él tenía miedo. Con un gesto de mi cara, le dije que se fuera. Avancé unos pasos. Una rama me arañó el brazo sano, y me detuve. Miré hacia arriba, buscando de nuevo la luz de la luna: por culpa de la vegetación, cada vez era menor. Y lo peor de todo... ya no se oía a la niña.
¿Debía llamarla? Si había bestias y me oían, seguro que vendrían a por mí. ¿Qué podía hacer? No quería entrar más. Yo también tenía miedo.
Intenté avanzar otro poco, pero las ramas no me dejaban paso. Las apartaba poco a poco, pero el suelo estaba lleno de piedras y notaba como mis pies comenzaban a sangrar.
Traté de seguir adelante. No podía ver prácticamente nada, y la vegetación cubría por arriba de forma que la luz de la luna no podía penetrar hasta ahí.
Ahora estaba totalmente inmersa en la oscuridad.

Me di cuenta de que me estaba desesperando. Una ansiedad cada vez más creciente se estaba apoderando de mí haciendo que mi respiración fuese cada vez más intensa y agitada, y el miedo que sentía comenzaba a transformarse en pánico.

Temblando, intenté dar dos pasos más, pero tropecé con una gran roca y caí al suelo clavándome en el costado algo muy afilado.
Durante unos minutos me mantuve en la misma posición, notando cómo mi cuerpo quería dejar de reaccionar.
Pasado ese tiempo y pensando que la noche era demasiado larga como para esperar a la luz del día, que no sabía si llegaría a esa zona, decidí levantarme, ya que era la otra alternativa a dejarme morir. Mi camisón estaba roto, noté las heridas de los brazos y los pies infectadas, y si no daba media vuelta y volvía pronto, probablemente moriría.
¿Probablemente? ¡Nadie había entrado allí y salido con vida! No podía permanecer ni un segundo más en ese sitio. A lo mejor todavía tenía una esperanza, a lo mejor todavía no estaba lo suficiente adentro.

Y con un esfuerzo sobrehumano me levanté, y expresé mi pánico de la forma más antigua conocida por el hombre: grité.
Grité, yéndome en ello la vida.
Grité como la niña a la que había oído.
Grité como no había gritado jamás.
Y viendo que no obtenía respuesta lloré, y las lágrimas cayeron por mi cara como un intento de mi alma aterrada por escapar de aquel espantoso sufrimiento.
Llamé a Cielo, pero no apareció.
Llamé a mamá, pero no apareció.
Llamé a alguien, pero nadie vino a buscarme.

No podía prácticamente mantenerme en pie.

Cuando giré e intenté dirigirme al camino contrario al que había seguido, dar media vuelta, tratar de salir de aquella Nada esperando volver a ver la luz de la luna, y ver que no podía encontrarla, comencé a volverme loca.

Me quedé atascada en el suelo con lo que tal vez eran unas raíces de algún árbol enorme. Y eso significaba que no podía seguir. Tanto me agité para tratar de romperlas y ponerme en pie que al final me lo rompí, y el pelo se me enganchó en algo. ¿El qué? No lo sé. Sólo sé que allí tenía que haber algo demoníaco: en lugar de marcharse la espesura aumentaba con mis movimientos. ¿Me había perdido, o el Bosque se estaba cerrando para que yo no pudiera salir?
Poco a poco, mi garganta se resintió y aunque lo intentaba, no podía seguir gritando. Me costaba respirar, y mis lágrimas amargas partían de mis ojos para desembocar en el interior de mi boca. Tenía sed.
Comencé a moverme como podía. Antes había estado de pie pero ahora no podía pararme, además de por mi pie, porque ya no había sitio. ¿Cómo era posible? Cierto: el Bosque se cerraba. Me estaba engullendo, ¡quería que formara parte de la Nada!

Con mis últimas fuerzas, intenté volver a llamar a Cielo. Me arranqué el pelo que se me había enganchado y empecé a notar un fuerte olor a sangre. Me di cuenta de que mi cuerpo estaba enteramente maltratado.

Pero mi Cielo seguía sin aparecer.

Noté cómo el oxígeno comenzaba a faltarme, y no porque estuviera sufriendo, sino porque las ramas, troncos y plantas con espinas se estaban posando sobre mí.
¿Me habría oído alguien gritar? ¿Habría alguien que, al igual que yo, intentase ir a buscar a quien sufriera?
Si hubiese hecho caso a mi Cielo...
Tenía que haber sabido que de aquí no se sale con vida, y que la niña estaba dentro y no podía salvarla.

Tenía que haber cerrado mi balcón y haber dormido.
Tenía que haberla ignorado.

Este es el resultado de sufrir por los demás.


Mi pobre Cielo, te he fallado.


Ya no puedo seguir gritando.
Ya no puedo llorar más.
Ya no puedo si quiera gemir, ni agonizar
...porque ya no puedo respirar.

Me muero, Cielo... perdóname.



Ahora formo parte de la Nada.

2 pilladísimos han opinado sobre esta chorrada.:

Verdix dijo...

Una historia al más puro estilo de Cantnoy. Sobresaliente.

rafelmigdemoni dijo...

Solo me expresare como yo se:
Todo lo que hay ha existido siempre. Nada puede surgir de la nada. Y algo que existe, tampoco se puede convertir en nada.
La nada no existe, porque después de todo la nada también hay algo.
OKIDOKI.